Esta fue la idea que cautivó a José María Calvo hace ya tres años. Este ingeniero técnico de minas, atrapado por la crisis en aquel momento, se negó a hacer las maletas y dejar su tierra y apostó por el emprendimiento. “Creemos que hay que apostar por León”, afirmó, y así fue.

A escasos 6 kilómetros de León, en Villarrodrigo de las Regueras, su familia disponía de un terreno que utilizaban como huerta. La necesidad y la tradición familiar se unieron en la creación de El Caserío, una iniciativa privada de alquiler de terrenos para “todo el que quiera trabajar la naturaleza cerca de la ciudad y disponer de sus productos durante todo el año”.

Tras tres años de actividad, son ya 33 los huertos alquilados. 40 metros cuadrados que disponen de riego por goteo y la posibilidad de construir un pequeño invernadero. Huertas El Caserio es ya una gran familia que además de disponer de cada huerto disfruta cada fin de semana de encuentros, barbacoas y otras actividades de ocio.

Pero, ¿sólo pueden alquilarlos personas que controlen la horticultura? La respuesta es negativa. “Gente que no había plantado nunca nada, en su vida, casi ni una flor en un ‘maceto’ de su casa ha venido aquí y se ha marchado con sus calabacines, sus tomates… es muy gratificante cuando marchan con la bolsa llena de sus productos”, cuenta José María Calvo.

Tampoco están destinados únicamente a jubilados o parados de larga duración, como los huertos que ofrecen en alquiler algunos municipios leoneses. Hay desde jóvenes de 17 y 18 años hasta personas que viven su “tercera juventud”.

¿Las normas? Pocas, pero “de obligado cumplimiento”. La fundamental, no usar productos fitosanitarios ni abonos que no sean totalmente naturales. “La palabra ecológica es muy amplia y muy bonita pero no tenemos esa acreditación”, explica, pero sí exigen la adaptación a unas normas básicas.

Fue la primera iniciativa de estas características en León. José María es un apasionado de ello y, además de alquilar huertas, planta sus propios productos, que también vende, tiene gallinas y un pequeño reducto donde evadirse cada tarde de su trabajo de ingeniero en la ciudad.

Pablo Goicoechea es uno de los arrendatarios de sus huertos. Está “encantando” y lo tiene desde que nació el proyecto hace tres años. Celebra haber encontrado este espacio para “olvidarse de su trabajo y sus problemas”. Porque sí, también está prohibido hablar de la crisis.